Durante años, Diego Marín logró lo impensable en el submundo criminal colombiano: construir un imperio de lavado de dinero que se extendía por cuatro continentes, evadir la justicia repetidamente y mantener una fachada de colaboración con la agencia antidrogas más poderosa del mundo: la DEA. Con información de AP.
Acusado de operar como pieza clave del cártel de Cali, Marín fue un experto en sobornos y maniobras ilegales. Las autoridades afirman que utilizó métodos violentos, pero también una astucia implacable, para sobornar a policías, políticos y agentes en toda Sudamérica.
Su mayor hazaña, sin embargo, fue infiltrarse en la DEA. Aunque la agencia lo presentaba como uno de sus principales objetivos, Marín se convirtió en informante. Sin embargo, su colaboración fue una fachada: según una investigación de la agencia Associated Press, mientras entregaba datos, también corrompía a agentes estadounidenses con lujos, prostitutas y cenas ostentosas.
Uno de esos agentes, incluso, habría facilitado operaciones de contrabando y lavado, permitiéndole despistar a las fuerzas del orden. Gracias a esa protección informal, el negocio ilícito de Marín prosperó sin freno.
El Servicio de Impuestos Internos (IRS) calcula que su red criminal llegó a mover hasta 100 millones de dólares anuales. El caso revela una vez más cómo la corrupción dentro de instituciones clave puede convertir a los supuestos aliados en cómplices del crimen que juraron combatir.