Especial| Marbella, sede global del crimen organizado

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Foto Archivo

Una decena de vecinos desayunan en un bar bajo el cielo despejado de Marbella (España) frente a la oficina del GRECO Costa del Sol —Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado de la Policía Nacional—. El inmueble, situado en un barrio popular, es un edificio anodino, en el que nadie repara. Solo alguien que se fijase mucho se daría cuenta de que dos cámaras de seguridad controlan la entrada. Igual de ajenos toman café y tostadas los vecinos. Ninguno de ellos sabe ni imagina que solo 24 horas antes, en otro punto de la ciudad, la policía ha rescatado a un hombre de un garaje con los dedos de los pies taladrados. Se trata de un amarre, un secuestro entre bandas criminales para ajustar cuentas. Esa misma tarde, en Puerto Banús, la parte más ostentosa y exagerada de esta ciudad de 147,633 habitantes, un joven inglés perteneciente al crimen organizado sale de la tienda de Louis Vuitton y se ve rodeado de un grupo de chavales de origen magrebí, soldados de clanes marselleses. “No querían nada en concreto. Me miraron y me dijeron: ‘Qué pasa’. Buscaban problemas. De un tiempo a esta parte es algo habitual, esto se ha convertido en una zona muy problemática”, cuenta sin reparar en la paradoja: un delincuente quejándose de la delincuencia. Ese mismo día, en Nueva Andalucía, uno de los distritos de lujosas urbanizaciones que rodean la ciudad, al lado del hotel Sisú, calcinado meses atrás por otro ajuste de cuentas, un joven en chándal y tatuajes estrella el Rolls Royce que conduce contra otro coche en un cruce. Mientras inspecciona el frontal destrozado de su vehículo, sostiene tres móviles en la mano y mira desafiante a quien atraviesa la escena. Ocurre todo mientras los vecinos marbellíes de la cafetería terminan sus desayunos. Así lo reseña un reportaje especial de Nacho Carretero y Arturo Lezcano para El País.

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Fue en los años sesenta, en pleno desarrollismo, cuando se decidió convertir la Costa del Sol en el gran polo del turismo en el sur de Europa. Por un lado, el popular que pobló las playas de Torremolinos. Más adelante, el exclusivo de una emergente jet set o alta sociedad que encontró en Marbella un paraíso. El proyecto triunfó, pero trajo consigo una mochila que se instaló con el mismo éxito. Antonio Romero, exdiputado de Izquierda Unida, coautor del libro Costa Nostra y, desde hace 20 años, una de las voces más sonoras contra el impacto del crimen organizado en la provincia de Málaga, explica: “Ese fue el acuerdo del franquismo: ustedes, los criminales, vienen a descansar, no delinquen y traen dinero. Porque el dinero no es negro ni rubio ni tiene color: es dinero, como decía Lucky Luciano”. Así, con la autoridad mirando para otro lado, la zona se convirtió enseguida en predilecta para las mafias.

La Costa del Sol es una lengua de tierra que se extiende a lo largo de 90 kilómetros entre el mar y la montaña. Al sur, separado por un brazo de apenas 15 kilómetros de mar, se ubica el mayor productor de hachís del mundo, Marruecos (con Ceuta y Melilla como sucursales). A menos de una hora por carretera se llega al Campo de Gibraltar, plaza fuerte del narcotransporte y una de las grandes puertas de entrada de la cocaína en Europa a través del puerto de Algeciras. Allí está, además, la colonia británica de Gibraltar, un paraíso fiscal al otro lado de una verja. Al norte, para cerrar un cinturón territorial intoxicado por el crimen organizado, se yerguen las montañas de Málaga y Granada, principal región de cultivo de marihuana de Europa. Es la frontera sur del crimen, una conurbación continua entre Málaga y Estepona, con Marbella como capital. En este tablero se concentran al menos 113 grupos organizados de 59 nacionalidades distintas, según datos del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO). El lugar no admite comparación, según la policía, con ningún otro sitio del mundo. La diversidad de los grupos criminales en un espacio tan pequeño es un fenómeno único.

Uno de los principales responsables de la Policía Nacional en la lucha contra el crimen organizado lo resume así: «La Costa del Sol es una especie de hub, de lugar de encuentro, de centro de coworking [espacio compartido de trabajo] en el que están presentes casi todos los grupos criminales organizados del mundo. Una ONU de mafiosos en un mundo globalizado». «Marbella, (remata), es una marca turística y una marca criminal». Lo ven igual desde el otro lado: un miembro de la Camorra napolitana afincado en Marbella desde hace años y que accede a hablar con EL PAÍS en el salón de una de sus casas, dice: «Aquí estamos grupos de todo el mundo, gente que hace trabajos de todas las nacionalidades. No nos mezclamos, pero hay colaboraciones constantemente». Marcos Frías, jefe de la Brigada Central contra el Crimen Organizado, completa: «Es como un tejido empresarial, un modelo colaborativo de alianzas ilógicas que llevan a guerras ilógicas. Lo que llamamos internacionalmente crime as a service (crimen como servicio). Todos quieren abrir oficinas, hay que estar ahí presentes. Por ejemplo, un mafioso de Liverpool que quiera traficar droga a gran escala, sabe que tiene que aparecer por Marbella. No le va a quedar más remedio».

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En los últimos años la situación se ha deteriorado. Los jefes mafiosos instalados han ido llevando consigo a sus soldados. Matones de todo tipo se dejan ver hoy en las calles de Puerto Banús o Nueva Andalucía. “Jóvenes armados y muy peligrosos”, explica un miembro del GRECO Costa del Sol. La queja, paradójicamente, no viene solo desde la policía. El discurso del jefe de una organización criminal que lleva años instalado en Marbella es muy parecido: “Los jóvenes que vienen ahora no tienen códigos, no respetan nada”. Es un hombre robusto, educado. Ha accedido a compartir mesa en un restaurante de Puerto Banús, donde —como si fuera el protagonista de una película de gánsteres— siempre tiene una mesa disponible para él. Habla con desprecio del nuevo perfil de delincuencia que hay en la Costa del Sol, mientras bebe un café tras otro: “Lo que ha cambiado de Marbella es que ahora está aquí la clase baja del crimen. Está toda esa gente de las riñoneras cruzadas, mientras sus jefes están en Dubái”. El agente de GRECO retoma: “Son impulsivos. Van paseando en superdeportivos, con relojes de miles de euros y recurren a la violencia a la mínima. Y toda esa gente tiene que vivir aquí”. En esa mudanza está la clave: el paisaje de Marbella ha mutado. Un paseo en coche por la zona es suficiente para percibirlo: vehículos de lujo con jóvenes en chándal y gorra al volante; armarios de gimnasio con enormes tatuajes y cicatrices visibles en los bares y tiendas; miradas desconfiadas en las terrazas de las cafeterías; jóvenes magrebíes fichados por la policía con relojes de oro y brillantes, gimnasios donde da miedo entrar… “Aquí estás cenando en un buen restaurante, te giras y ves en una mesa a un albanés con una estrella tatuada y en otra a un matón de la mafia irlandesa”, cuenta un agente del GRECO. “El otro día en la cola del supermercado se giró el chico que estaba delante de mí y tenía un Kalashnikov tatuado en la frente”. El agente resopla. ¿Antes no pasaba? “No, eso antes no era así. En absoluto”.

Las mafias y sus integrantes se funden con el paisaje, en gran parte compuesto por millonarios de todo pelaje que eligen Marbella para descansar o vivir. Una simple búsqueda en el portal inmobiliario Idealista arroja 3,974 casas de más de un millón de euros. Cien más que en toda la ciudad de Madrid, en una localidad donde la renta per capita (21,818 euros) está por debajo de la media española. De nuevo el contraste: más que un sitio rico, es un sitio lleno de ricos. Las casas de los mafiosos están entre las de otros millonarios que nada tienen que ver con la criminalidad. Sus coches aparcan junto a coches de empresarios, sus barcos atracan en los mismos puertos y comparten restaurantes. Ricardo Álvarez-Ossorio es un abogado penalista que ha representado a numerosos miembros del crimen organizado de la Costa del Sol. “Esta zona es un cuchillo de doble filo, un paraíso con cien manzanas y doscientas serpientes”, dice. “El crimen organizado, en gran medida, es un crimen no visible. Son ricos, viven bien, gastan… Ese crimen organizado ha nutrido Marbella. Ellos y los jeques. Y a todo el mundo le ha parecido bien”.

La consecuencia directa de este cambio de paradigma urbano es la violencia. Los enfrentamientos entre bandas se han multiplicado: “Ahora la violencia es gratuita”, explica Antonio Rodríguez Puerta, jefe de la UDYCO Costa del Sol (Unidad de Droga y Crimen Organizado de la Policía Nacional). “En otros momentos los grupos criminales negociaban, hablaban. Se perdía un alijo y se llegaba a un acuerdo. Ahora comprobamos que, si ocurre algo así, en la mayoría de los casos van directamente a matar”.

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Este aumento de la beligerancia inquieta a las fuerzas de seguridad, que temen que se cruce una línea roja. “Creemos que puede pasar en cualquier momento, que empiecen a atacarnos, a dispararnos o a ajustar cuentas contra agentes”, reconoce una miembro del GRECO. También Ignacio de Lucas, fiscal antidroga de la Audiencia Nacional, opina de esta forma, sentado en una cafetería del centro de Madrid: “Veo perfectamente viable la violencia contra las autoridades. Es el único modo de vida que conocen”. Algún agente ya ha recibido intimidaciones después de que miembros de bandas hayan encontrado su foto en redes sociales o mensajería móvil.

El desembarco de soldados de bandas criminales en la Costa del Sol infecta otros ámbitos. “Por primera vez, gente de dinero, vecinos de clases altas, se están yendo de Marbella. Porque tienen miedo”, explica el abogado Ricardo Álvarez-Ossorio. “Yo es la primera vez que escucho a amigos o conocidos decir que tienen miedo, que se plantean dejar esta zona”. Álvarez-Ossorio destaca el pasado mes de agosto como uno de los más significativos, junto al sangriento invierno previo a la pandemia: “Bandas del este entraban todos los días en casas. Había robos y asaltos constantemente. Ha sido el agosto negro y creo que ha supuesto un punto de inflexión en Marbella”. Un agente del GRECO lo corrobora: “A la gente no le gusta lo que está pasando. Es que ahora están por todas partes. Yo me atrevo a decir que más de la mitad de los coches de lujo que veas aquí son de criminales. Es apabullante”. La voz en primera persona la pone una vecina de una acomodada urbanización marbellí que prefiere no revelar su identidad: “Temo dejar cosas de valor en casa. Yo llevo varias pulseras puestas —la mujer las muestra y explica el valor de cada una, de varias decenas de miles de euros— y cuando salgo a correr las cubro con una muñequera, no las dejo”. “¿Se plantea irse de aquí?”. “Sí, de hecho es algo que acabaré haciendo”.

La pandemia ha sido el acelerador de esta evolución. El cierre de fronteras del pasado año dejó atrapados a miembros de bandas y estancada su mercancía. Las calles de Marbella y alrededores, siempre atestadas de turistas que bullen en restaurantes, discotecas y chiringuitos, se ven desiertas. “Muerto Banús” le llaman. Y en ese escenario muchas bandas se han encontrado sin objetivos a los que robar ni clientes a los que vender mercancía. “Esto está vacío, no hay movimiento”. Lo cuenta un joven narcotraficante colombiano residente en Marbella, en la terraza de una hamburguesería. “El cierre de fronteras provocó que bajasen las exportaciones. Un ejemplo: la cocaína que sale de Brasil o Uruguay viene escondida en cuero de Paraguay. Y si no hay demanda para exportar cuero, no hay manera de sacarla”. La situación provocó el pasado año una sequía que elevó los precios de la cocaína por encima de los 33.000 euros el kilo. Y también un hervidero de actividad para intentar meter droga. “Después de Navidad, todo cambió. Lo acumulado ha empezado a salir y ahora está inundado. El precio del kilo ha bajado a 27.000 euros, un 25% más barato que hace un par de meses”, explica. Marcos Frías, de la Brigada Central contra el Crimen Organizado, lo corrobora: “Ha sido como un muelle que estaba comprimido y ha saltado”.

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Fuera de los ricos mundos de las urbanizaciones, Marbella no padece una inseguridad ciudadana exagerada. Aunque tiene índices de criminalidad equiparables a ciudades mucho más grandes, no es un lugar peligroso, porque España en general no lo es. Eso dicen las estadísticas. Lo que diferencia a la Costa del Sol es la incertidumbre. La sensación de que puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento, como en un paraje lleno de depredadores. “No sabes con quién puedes tener un problema”, explica un abogado y vecino de la Costa del Sol que pide mantenerse en el anonimato. “Un empujón sin querer, una discusión de tráfico, un hurto… Especialmente delicada es la noche. En una discoteca de Marbella es mejor no tener ningún problema porque nunca sabes quién puede ser la otra persona”.

En ese no saber qué puede pasar se mueve la policía de a pie. Más allá de la lucha de los grupos especializados que se dedican a descabezar organizaciones, en la costa malagueña se libra una pelea diaria contra una delincuencia desconocida en otros lugares. Marbella cuenta con una comisaría de Policía Nacional que no tiene las dotaciones de una capital de provincia, pese a que supera con creces los índices de criminalidad de muchas de ellas. La comisaría de Marbella recibe unas 150 denuncias diarias. Al año, afrontan unos 32,000 asuntos. Son números propios de ciudades del doble o triple de tamaño y población.

“No es que Marbella sea especialmente violenta”, añade un policía destinado en la ciudad, “pero es imprevisible. En otros sitios sabes que las llamadas relacionadas con reyertas, peleas o robos son asuntos de la calle. Aquí acudes sin saber qué te vas a encontrar. Una llamada por una pelea puede ser un ajuste de cuentas mafioso. Las patrullas jamás salen sin el chaleco antibalas puesto. Eso de meterlo en el maletero no existe”. “Os pongo ejemplos: hace poco nos llamaron por una pelea y cuando llegamos nos encontramos una persona a quien le habían rajado los laterales de la boca, le habían hecho la sonrisa del payaso. Era un ajuste de cuentas. También hace poco nos llamaron por disparos y encontramos un tipo que tenía un tiro en cada pierna”.

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La falta de medios y efectivos es la conclusión común de todos los policías entrevistados. “Tenemos solo cuatro coches patrulla”, explica un policía destinado en Marbella, “y cuando vienen Aznar y Felipe González a veranear debemos destinar dos a custodiar sus vacaciones. No tenemos ni suficientes chalecos. Y hay docenas de tiroteos. El plus de peligrosidad del País Vasco tendría que estar aquí”.

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