Julio Castillo Sagarzazu: La lección de Barinas que no se nombra

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Julio Castillo Sagarzazu

Llueven y lloverán interpretación y conclusiones forenses sobre la inmensa victoria de Barinas. En la política siempre ha sido más fácil ser forense que clínico. El día siguiente de los acontecimientos todos somos especialistas.

Esta nota no pretende, entonces, llover sobre mojado sobre las evidentes y obvias lecciones políticas de Barinas, sobre el valor de haber actuado unidos; del valor del voto en regímenes como el nuestro, etc. etc.

Trataremos sobre un tema que creemos ha pasado de soslayo: El de los recursos y el dinero para hacer política.

De un tiempo a esta parte, tener o no tener recursos se ha convertido en un tema decisorio sobre si se implementa o no una iniciativa. Casi todos, los que estamos familiarizados con la política hemos escuchado la expresión: “¿Y de dónde vamos a sacar la plata para hacer eso? ¿Cómo vamos a ir a unas elecciones si estamos limpios? ¿Cómo hacemos con el padrón electoral y como pagamos los activistas?”

Pues Barinas ha demostrado lo absolutamente relativo que es la ausencia del dinero y de los recursos para acometer una iniciativa política.

Debemos aclarar que no vamos a decir la necedad que los recursos materiales no son necesarios para la política. Claro que lo son: Creo que fue León Trotsky que decía, en su jeringonza revolucionaria, que “el dinero es material del viejo mundo para construir el nuevo mundo” y razón no le faltaba. Nadie en su sano juicio puede creer que sin tener para pagar un volante se puede participar en elecciones o en política.

Lo importante del tema es analizar cómo la política se ha ido privatizando de una manera absolutamente inaceptable. Esto ha ocurrido en un gobierno llamado socialista que prohibió la financiación pública de los partidos para abrir las puertas al financiamiento opaco de privados e ilegal de parte del estado.

Es cierto que durante toda la historia ha habido financistas privados de los partidos y que éstos, de buen grado, aceptaban entregar cuotas de poder en retribución y canonjías y privilegios en el gobierno a quienes mejor se “bajaran de la mula”.

Pero lo de hoy ha generado un clima absolutamente pernicioso y acabó con uno de los valores más importantes que tenía la política en todos los tiempos. La mística, el trabajo voluntario y el abrazar una causa que era más importante que los beneficios que te retribuía.

Aún quedamos muchos que hicimos los pinitos en esta actividad que, en lugar de pedir, cotizábamos al partido; que hacíamos volantes en esténciles y multígrafo y afiches en silk screen, para luego repartirlos y pegarlos sin más recompensa que la arepa en el Mayantigo al filo de las 4 de la mañana.

Muchos debemos recordar que el famoso padrón electoral era un inmenso rosario de voluntarios en cuyas casas se hacían los sanduches del desayuno y el arroz con pollo del almuerzo. Durante décadas jamás escuché que ningún militante cobrara para trabajar en una mesa y prácticamente todos sabían que el estipendio se limitaría a aquel arroz con pollo que llegaría frío y sería cada año motivo de quejas y alguna que otra tarjeta para el celular del centro para trasmitir los resultados.

Creo que Rómulo Betancourt se lamentaba (si no me equivoco) en Venezuela Política y Petróleo, cómo se había perdido la costumbre de hacer giras y quedarse en la casa de los compañeros del partido, para comenzar a llegar a hoteles 5 estrellas. Todos conocemos la ácida expresión de Rafael Poleo que le secundo diciendo: “Acción Democrática se jodió, cuando las adecas conocieron a Louis Vuitton”

Pues bien, en Barinas se acaba de dar una lección de la que deberíamos tomar nota. Con las uñas, sin prácticamente propaganda, sin padrón pagado en dólares y sin más recursos que muchos pares de zapatos para patear las calles, se pudo lograr una victoria sin precedentes.

¿Esto además qué nos enseña? Pues que para ganar una elección es más importante tener una política correcta que tener dinero y más importante incluso que tener una gran organización.

Una política correcta logra el milagro que todo político quiere alcanzar: Enganchar con el sentimiento de las mayorías. Cuando se está entusiasmado; cuando la gente se enamora de una causa, demuestra que el amor, como Einstein decía, es la fuerza más poderosa de la humanidad.

El robo de las elecciones a Superlano, despertó un coloso dormido. Emocionó a la gente lo cual desde hace tiempo no ocurre en Venezuela ni en la oposición ni en el régimen. Ese espíritu de victoria que es capaz de mover montañas, el de 2015; el de la juramentación de Juan Guaidó, apareció de nuevo en Barinas.

No importa cuán fuerte y cuán temible sea tu adversario. Como en las Queseras del Medio, se demuestra que el arrojo, la mística de una causa y un liderazgo decidido pueden derrotar al propio Morillo y a una fuerza de más de 1,500 de las mejores tropas enviadas a sofocar la rebelión venezolana.

Solo queda al liderazgo venezolano volver a conseguir el hljo de la emoción popular. Barinas nos deja decenas de lecciones, dependerá de nosotros aprovecharlas.

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