La irrupción de Donald J. Trump en el mundo de las criptomonedas, a través de la empresa World Liberty Financial, ha marcado un antes y un después en la ya turbulenta relación entre negocios privados y poder político en Estados Unidos. Según una investigación del New York Times, lo que comenzó como una incursión oportunista en un mercado emergente se ha convertido en una maquinaria que combina intereses comerciales, decisiones políticas y flujos millonarios, dentro y fuera del país.
La historia de World Liberty es la historia de cómo el regreso de Trump a la Casa Blanca no solo reconfiguró la política estadounidense, sino que también abrió un abanico de oportunidades de negocios para su familia y allegados. En el corazón de este entramado: acuerdos financieros opacos, inversiones cruzadas, pagos disfrazados y alianzas estratégicas que están desdibujando las líneas entre lo público y lo privado.
Una startup con sello presidencial
World Liberty surgió en medio del segundo mandato de Trump, cuando su discurso hostil contra las criptomonedas —a las que había calificado como un “refugio para criminales”— mutó en entusiasmo, empujado por los intereses financieros de sus hijos, Eric y Donald Trump Jr., y por las millonarias donaciones de campaña provenientes del sector cripto. La compañía, cuyo 60% pertenece a una entidad corporativa de la familia Trump, no tardó en desplegar una agresiva estrategia comercial.
Documentos revisados por el Times muestran cómo ejecutivos de World Liberty contactaron a startups cripto de todo el mundo ofreciendo “alianzas estratégicas” que, en la práctica, incluían pagos secretos multimillonarios a cambio de respaldo público. Aunque varias de estas startups rechazaron las propuestas, calificándolas de “deshonestas”, otras sí accedieron, lo que ayudó a impulsar el valor de mercado de World Liberty hasta superar los 550 millones de dólares en ventas.
El nuevo rostro del conflicto de interés
Trump no solo es ahora el máximo promotor de las criptomonedas en Estados Unidos, sino también el arquitecto de políticas que benefician a la industria. Durante su segundo mandato, ha favorecido al sector a través de decisiones como el anuncio de una “Reserva de Criptomonedas de EE.UU.”, que elevó temporalmente los activos de World Liberty, o la disolución de grupos de investigación sobre delitos financieros relacionados con criptoactivos.
El acceso privilegiado de World Liberty a mercados y regulaciones se ha convertido en una poderosa herramienta para atraer inversores extranjeros, desde Israel hasta Hong Kong, ofreciendo una vía informal para acercarse a la Casa Blanca. Incluso empresarios con antecedentes problemáticos —como Justin Sun, demandado por la SEC, o Arthur Hayes, condenado por violar leyes bancarias— han invertido decenas de millones en la criptomoneda $WLFI, sabiendo que podrían beneficiarse de la cercanía al poder.
El modelo de negocio: inversiones cruzadas y swaps ocultos
El modelo operativo de World Liberty va más allá de las simples ventas de criptomonedas. Según ejecutivos contactados por la empresa, World Liberty ofrecía swaps de divisas que exigían a las startups comprar entre 10 y 30 millones de dólares en sus monedas a cambio de inversiones mucho menores por parte de la empresa de los Trump. Esta estrategia, que muchos vieron como una compra encubierta de reputación, desató críticas incluso en un sector acostumbrado a prácticas poco transparentes.
La empresa ha defendido públicamente estas operaciones, calificándolas como acuerdos “estratégicos” y “estándar en la industria blockchain”. Sin embargo, la opacidad sobre los pagos ha levantado sospechas entre reguladores y legisladores, preocupados por el uso de estas redes como plataforma para influir en políticas públicas.
Negocios internacionales con aroma a diplomacia
World Liberty no solo ha aprovechado el mercado estadounidense. En Pakistán, sus ejecutivos —acompañados de limusinas, escoltas policiales y cenas oficiales— se reunieron con autoridades, mezclando intereses comerciales con gestos de política exterior. Mientras tanto, en Emiratos Árabes Unidos, empresas como DWF Labs adquirieron grandes participaciones en $WLFI, con la expectativa de “dialogar con los responsables políticos” en Washington.
En algunos casos, estas relaciones parecen haber tenido efectos directos. El empresario Justin Sun, tras invertir 75 millones de dólares en World Liberty, vio cómo la SEC pausaba el proceso judicial en su contra, mientras que Arthur Hayes, vinculado a Ethena Labs, fue recientemente indultado por Trump.
Un ecosistema que crece, entre alarmas y silencios
El anuncio de la stablecoin USD1 por parte de World Liberty y su alianza con Binance —cuyo fundador, Changpeng Zhao, busca el indulto presidencial tras ser condenado por lavado de dinero— ha sido el último capítulo en esta saga. Todo mientras el Congreso, dominado por los republicanos, ha bloqueado enmiendas para limitar la participación de la familia Trump en el mercado cripto.
Las preocupaciones éticas y legales no han frenado el avance del proyecto. Eric Trump, Donald Jr. y sus socios siguen recorriendo el mundo, buscando expandir sus redes. Como lo resume el propio Eric Trump en redes sociales: “El futuro ya está aquí, y es muy prometedor”.
La línea cada vez más fina entre poder y negocio
El caso de World Liberty Financial simboliza un fenómeno inquietante: la normalización de la mezcla entre funciones de Estado y negocios privados al más alto nivel. Mientras los demócratas alertan sobre los riesgos para la seguridad nacional y la integridad de los mercados, el entorno de Trump celebra su “genialidad empresarial” y la oportunidad de “sumarse a la ola”.
Este modelo, que combina comercio, diplomacia y política, no tiene precedentes en la historia reciente de Estados Unidos. En palabras de un analista citado por el New York Times, “nunca habíamos visto un presidente que convirtiera su mandato en un canal abierto de monetización personal”.
Por ahora, ni las críticas ni las alarmas institucionales han logrado frenar el avance de World Liberty. El mundo, y particularmente los inversores extranjeros, parecen haber comprendido un mensaje muy claro: en la era Trump, el acceso al poder puede comprarse… siempre y cuando se pague en criptomonedas.