PapelesPanamá revela los negocios de Cuba con los pasaportes venezolanos

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mesones1-vch-678x381Al igual que con alimentos, medicinas y equipos eléctricos, Cuba fungió de intermediario y cobró ampliamente por ello con una empresa alemana para elaborar los documentos de identidad de Venezuela. Las operaciones no solo enriquecieron a los cubanos sino a un intermediario en Perú, Francisco J. Pardo Mesones, furibundo anti comunista que no tuvo empacho en negociar con los gobiernos de Cuba y Venezuela a cambio de millonarias comisiones.

La investigación global del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación denominada Los Papeles de Panamá pone en evidencia la trama de complicidades que dio lugar a fraudes, sobreprecios y lavado de dinero, parte del saqueo que sufrió Venezuela cuyos recursos públicos terminaron en cuentas particulares de paraísos fiscales a lo largo y ancho del  planeta.

Aquí la investigación de los periodistas Joseph Poliszuk y Luisa García Tellez:

Pancho Pardo: el banquero peruano que triangula pasaportes bolivarianos

Lejos de Cuba, los documentos de identidad venezolanos en realidad fueron diseñados en Alemania: la intermediación de La Habana solo ha dejado una estela de transferencias y comisiones que transitaron al menos cuatro países. Furtivo durante años, hubo un personaje clave en esta operación. Pero su secreto no quedó guardado bajo siete llaves y está a punto de revelarse en este reportaje

Aferrado a su patrimonio, al banquero peruano Francisco Pardo lo recuerdan en Lima por haberse atrincherado –con colchón y todo– en su despacho del desaparecido Banco Mercantil de ese país. “No se negocia con la estatización”, declaró en 1987 contra el decreto que había promulgado el presidente Alan García para nacionalizar la banca. ¿Quién diría que el mismo que hace 30 años quebraba lanzas y tendía colchones en Perú por la propiedad privada, ahora está detrás de un entramado de empresas que permitieron a la Cuba de Fidel Castro proveer los pasaportes de la Venezuela de Hugo Chávez?

Francisco Javier Pardo Mesones, o “Pancho”, como también lo llaman, presidió en los años 80 la Asociación de Bancos de Perú y en la década siguiente estuvo  en el Congreso de la República primero como parlamentario del partido del ex secretario de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, y luego al otro lado del hemiciclo, en las filas de Alberto Fujimori.

Bisnieto del primer presidente civil de ese país, su nombre figura entre los miembros honorarios de una élite que desde hace 160 años se reúne en el legendario Club Nacional del centro de Lima.

Durante 15 años Pancho Pardo estuvo alejado de las estridencias de la vida pública, pero, como aquella vez que se atrincheró en su oficina para que no lo expropiaran, ha vuelto a la primera plana. Los documentos guardados –y ahora filtrados– en el bufete de Panamá Mossack Fonseca lo señalan como el verdadero beneficiario de Billingsley Global Corp y otras de las empresas offshore, que sirvieron de vehículo para que La Habana revendiera a Caracas la tecnología de los pasaportes bolivarianos.

Las láminas de policarbonato de los documentos de identidad en realidad salieron de Alemania, de la empresa Bundesdrukerei. “La razón fundamental del por qué esta compañía no quiere venderle directamente a Cuba y Venezuela, es justo por el tema reputacional. Temen que la competencia haga propaganda adversa por el tema de ventas a gobiernos totalitarios”.

Eso advirtió en una correspondencia interna de hace más de ocho años –el 26 de noviembre de 2007– el abogado Ramsés Owens, para entonces uno de los más altos ejecutivos del bufete. “Menos mal que para nosotros en Panamá no hay nada que nos inhiba”, remataba en el mismo correo.

La ruta del pasaporte

El gobierno de Chávez comenzó a renovar su sistema de identificación a finales de 2005. Con ese propósito designaron al entonces ministro de Interior y Justicia, Jesse Chacón, para buscar a algunos de los gigantes de la tecnología que fabricaran primero los nuevos pasaportes y luego las llamadas cédulas electrónicas que vienen anunciando desde entonces. Las empresas de Estados Unidos quedaron descartadas de entrada y los chinos prefirieron pasar de largo frente a la intermediación cubana. Fue así como Pardo Mesones terminó arreglando en Caracas una triangulación de transferencias y contratos a través de paraísos fiscales.

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De acuerdo con los registros migratorios, Pardo Mesones llegó a la capital venezolana el 26 de julio de 2006, a las 2:49 pm, en el vuelo 223 de Copa Airlines y se devolvió un par de días después tras una negociación en la que, de acuerdo con la misma base de datos del Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime), coincidió en Venezuela con el alemán Joerg Baumgartl, quien se mantenía al frente de la empresa Bundesdrukerei.

El resto del negocio se arregló entre Lima y Ciudad de Panamá, en las oficinas de Mossack Fonseca, cuyo staff diseñó una bicicleta financiera que facilitó la triangulación. Apenas dos semanas antes de la visita a Caracas, Pardo Mesones había escogido el nombre de la empresa en una terna de firmas recién registradas en Panamá y listas para ser usadas llave en mano. “El cliente desea adquirir la sociedad Billingsley Global Corp”, escribió el 11 de julio de 2006 la representante del bufete en Lima, Monica Ycaza, a sus compañeros de la sede principal.

En Panamá terminaron de acomodar el trámite e incluso abrieron las cuentas bancarias a donde fueron llegando los primeros depósitos de La Habana. Para eso, Pardo Mesones había proporcionado una de las mejores tarjetas de presentación: una carta de referencia firmada por Pedro Pablo Kuczysnki, entonces el segundo a bordo del gobierno de Alejandro Toledo y en estos días candidato con opciones de ganar en segunda vuelta la Presidencia de Perú.

“Me es grato presentar al señor Francisco Pardo Mesones, quien es un viejo conocido mío, hombre honorable y conocido en el Perú”, escribió Kuczysnki en la misiva, sellada en junio del año 2006 con membrete del Consejo de Ministros peruano. Ahora en campaña, advierte que lo de la carta fue un mero formalismo. Pardo y Kuczysnki coincidieron en las aulas del colegio Markham de Lima. Pero no hay vínculos cercanos, señala el candidato presidencial. “Ahora lo veo esporádicamente”, dice. “He firmado muchas cartas de ese tipo; en muchos casos me han solicitado cartas de presentación para profesionales peruanos lo que hice con el mayor gusto”.

Con esas referencias, de cualquier modo, y los contratos firmados junto a Cuba y Venezuela, la recién creada empresa Billingsley Gobal Corp se aseguró al menos 64 millones de euros: 40 millones debían llegar a Alemania y los otros 24 se quedarían con Pardo en Panamá, según advirtió Owens en otro correo dirigido a Sascha Haust del banco alemán Dresdner Bank AG. Pero, aun así, no fue fácil encontrar bancos internacionales que aceptaran como garantías las cartas de crédito del Banco Financiero Internacional de Cuba, sobre el que pesa el bloqueo económico que el gobierno de Estados Unidos aun impone sobre toda la economía cubana.

En Panamá, Credicorp y Multibank abrieron las primeras cuentas para Billingsley. Lo más difícil fue dar con otros actores que hicieran comparsa en Europa, para terminar de triangular el periplo de unas transferencias que salieron de Venezuela con destino a Alemania. Contrato

Owens y el resto del equipo de Mossack Fonseca tocaron las puertas del BBVA, el Berenberg Bank y el Dresdner Bank AG. Incluso apelaron al Republic Bank Limited de Trinidad y Tobago que –según sus propias palaras– ha sabido aprovechar el embargo a Cuba para pagar sus facturas de contado a cambio de comisiones inéditas de entre 10% y 20%. “Básicamente, el gobierno de Cuba es cliente de este banco”, cuenta en una retahíla de correos que buscaban dónde meter el dinero. “Como fuere, se trata de un banco que lidia con Cuba, y puede tener ideas y soluciones para nuestro amigo Pardo Mesones :)”.

El velo de silencio
Los pasaportes venezolanos se han expedido de esa forma a la sombra de un absoluto hermetismo. La negociación –hasta ahora guardada en secreto– establece cláusulas expresas de confidencialidad, y no en uno ni en dos, sino en todos los contratos. Incluso en las siguientes fases, como se lee en el “Contrato I10-084-000/2010 para la ampliación del sistema de personalización de pasaportes y cédulas electrónicas para la República Bolivariana de Venezuela”.

Cuba, además, se reservó el acceso al software a través de Albet Ingeniería y Sistemas, la filial que el régimen de los Castro diseñó exclusivamente para esta tarea. “Albet adquirirá un derecho de uso perpetuo, no exclusivo e intransferible a través del software entregado junto con el sistema”, establece el documento.

Ya lo había advertido el ingeniero en computación Anthony Daquin que –tras denunciar el caso– pasó de ser asesor del Ministerio de Interior y Justicia a asilado en Estados Unidos. “Los cubanos manejan el software y marcan las directrices de seguridad”. Eso declaró a la periodista Adriana Rivera en la edición del 20 de julio de 2011 del diario El Nacional, en un reportaje que por primera vez dio noticias sobre la mano de Cuba en el sistema de identificación venezolano.

“Los originales de los códigos fuente (los que describen el funcionamiento del software y permiten introducirle cambios) de las aplicaciones informáticas desarrolladas serán conservadas por la parte cubana mientras permanezca vigente el período de soporte técnico”, dijo entonces, y hoy agrega desde Estados Unidos que nada ha cambiado: “Esta gente tiene la capacidad de hacer un pasaporte venezolano en Cuba y a la vez sembrar esos datos en el sistema”.

Para Daquin, no es casual que Caracas se haya convertido en una de las ciudades más peligrosas del mundo justo cuando el Estado venezolano interconectó el registro civil con información tributaria y mercantil. “¡El crimen organizado está usando el sistema para secuestrar!”, exclama al otro lado del teléfono. Pero aunque no fuera así, no hay duda de que los pasaportes vinotinto salieron tan caros que dieron para una serie de transferencias y comisiones desde La Habana hasta el nada socialista bufete Mossack Fonseca.

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Fue precisamente en las oficinas de Mossack Fonseca donde siempre se cuidaron de mantener bajo llave los intríngulis de esta operación. Allí quedó hasta el currículum de Pardo Mesones, en cuyas líneas destaca que ya en los años 70 no era ajeno a Venezuela, donde inició una carrera en el mercado de los seguros al frente de la Asociación de Aseguradores de Venezuela, La Unión Compañía de Seguros y la oficina local de la American International Underwriters.

El bufete panameño también guardaba una copia de su pasaporte. A pesar de todas estas evidencias, Pardo Mesones negó rotundamente su participación en esta historia. “No sé de qué me habla”, respondió esta semana vía telefónica en Lima. “No puedo reunirme con usted porque no sé de qué me habla; yo ya soy un hombre de 78 años, estoy jubilado y no quiero saber nada con Fiscalía ni cosas raras”.

El socio alemán

Mesurado y cauteloso, Pardo Messones no había dejado rastros desde el año 2006. Cuando abrió la compañía pidió que no le enviaran los documentos a Lima y, por si las dudas, solicitó a través de sus agentes que el registro quedara con “acciones al portador”, una figura legal que en Panamá permite guardar el anonimato bajo un título que garantiza la propiedad a cualquiera que lo tenga en sus manos. Algo así como un cheque de viajero.

Billingsley fue una suerte de fantasma, del que solo se podía intuir algunas luces cuando alguien debía firmar en su nombre: en el año 2008 registró poderes especiales para Pardo Mesones y sus socios de la Bundesdruckerei, los alemanes Joachim Gerhard Kammerer y Joerg Baumgatl, el mismo que, bajo declaración jurada del tres de abril de 2014, negó haber tenido vínculos personales con Billingsley Global Corp.

Dos años después Mossack Fonseca puso un candado adicional de reserva cuando colocó a un abogado al frente de la empresa: se trata de Ricardo Icaza Huertas, cuyo nombre destaca en el Registro Público de Panamá a cargo de más de 230 compañías. A la vez, el dueño ficticio garantizó las acciones al dueño real mediante un fideicomiso de las acciones.

Pero la mujer del César también debía parecerlo. Celosos de que la suya pareciera otra empresa de maletín, el bufete puso a Billingsley una operadora a cargo del número telefónico +511 965-2631como parte de otro de sus productos: el servicio de “oficina virtual”, cuya tarifa establece 45 dólares por cada uno de los correos o llamadas telefónicas atendidas.

Good morning, Billingsley Global Corporation, what can I do for you?”, decía la grabadora. El resto le tocaba a una operadora bilingüe a la que dejaron por escrito el nombre de Francisco Pardo Mesones debajo de un ítem dedicado a precisar los “Detalles del propietario efectivo (Dueño verdadero)”. Billingsley también se presentó en la Web, a través del servicio de publicidad de Google Adds. La factura de la operación quedó registrada con el código GG11/PA/00867988/00002157 a nombre de Francis Pérez, otra de las funcionarias de Mossack Fonseca que aun antes de este caso ya había sido mencionada en otros países, por figurar en la junta directiva de empresas como Helvetic Services Group y Cifart, investigadas por escándalos de corrupción en Argentina y Paraguay, respectivamente.

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Buena parte del dinero finalmente llegó a Europa, pero en tandas. Si bien hay poderes y facturas que involucran a Bundesdrukerei en todo este entramado, su director, Joerg Baumgartl, siempre se cuidó de no aparecer en público. Pero olvidó advertir que su suegro, el peruano Miguel Arbulú Alva, no solo representó a la empresa alemana en Perú sino que en su curriculum destacan cargos importantes en la firma de asesoramiento empresarial Exxed, que fundó nada más y nada menos que Pardo Mesones.

Baumgartl olvidó también que agazapado en el Caribe, su nombre quedó registrado junto al de Pardo Mesones ya no en la Billingsley Global Corp de Panamá sino en una Billingsley Global Investments Corp de las Islas Vírgenes Británicas, más conocida como un paraíso fiscal que por sus playas.

El mismo peruano y el mismo alemán que coincidieron en Caracas en julio de 2006 quedaron unidos un año después –el 13 de junio de 2007– en una sociedad en la que ambos dieron como domicilio una dirección del distrito La Molina de Lima, en la Calle La Vuelto 145 de la Rinconada Alta, donde vive Pardo Mesones.

Como si se tratara de muñecas rusas, el semanario Der Spiegel de Hamburgo advirtió, en su edición del 20 de febrero de 2014, que la misma Bundesdrukerei que fabrica los pasaportes alemanes y buena parte de los billetes de la zona euro era parte de un tinglado empresas dentro de empresas. También de sobornos y comisiones latinoamericanos. Ese día publicaron el nombre de Billingsley; la empresa ahora no solo salía en alguna publicidad de Google Adds, sino en “una jugada para lavar dinero”.

Según el testimonio que un ex broker de la Bundesdruckerei en Venezuela relató a Der Spiegel,  hubo otras dos offshore panameñas creadas a pedido de Baumgartl: Selbor y Sotelco, lo que coincide con los nuevos datos obtenidos. En las comunicaciones de Mossack Fonseca figura una factura de Sotelco de más de medio millón de euros, por servicios de “data capturing” brindados a Billingsley Global Corp.

Baumgartl llevó a juicio a Der Spiegel ante la Corte de Colonia especializada en asuntos de prensa, la misma que le dio luz verde al semanario para seguir escribiendo del tema.

Si bien el nombre de Pardo Mesones no salió a relucir en aquella primera publicación de Der Spiegel, las alarmas en Perú se prendieron rápido. En menos de un mes, el peruano estaba en Panamá haciendo control de daños. “Es por una publicación que salió en el diario Der Spiegel de Alemania sobre Billingsley”, confirmó la representante de Mossack Fonseca en Lima, Mónica De Icaza, en un correo en el que anunciaba el viaje de su cliente.

La decisión fue revocar los poderes emitidos a los representantes de Bundesdrukerei. “De acuerdo a su solicitud, adjunto encontrará borradores de las actas de revocatoria de los Poderes emitido a favor del Sr. Joerg Baumgartl; así como borrado de Poder Especial emitido a favor del Sr. Joachim Gerhard Kammerer, todas con fecha retroactivas”. Así que, por lo menos en el papel, esta historia nunca hubiera ocurrido si no se hubiera roto la represa que guardaba los millones de secretos de Mossack Fonseca.

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