La diáspora venezolana: una fuerza global que trasciende fronteras

Más de 9 millones de venezolanos han migrado en la última década, en su mayoría jóvenes profesionales. En su nuevo libro ¿Qué hacemos con la diáspora?, el sociólogo Tomás Páez propone una visión transformadora: ver a la diáspora no como una pérdida, sino como una fuerza clave para la reconstrucción del país

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Foto Cortesía - Alfonso Giraldo (Archivo / Referencial)

Venezuela no ha vivido una guerra como las que desangran al Medio Oriente ni ha sido arrasada por desastres naturales. Sin embargo, desde 2012, más de 9,1 millones de personas —el 26 % de su población— han abandonado el país. Se han dispersado por 90 países, 500 ciudades y 1.500 municipios, transformando el mapa humano del planeta con una diáspora que, en su mayoría, está formada por jóvenes profesionales que buscan integrarse sin renunciar a sus raíces. Con información de Coolt.

Lejos del relato que reduce la migración a un problema transfronterizo, el sociólogo Tomás Páez propone una mirada distinta: la diáspora como un activo. Su libro ¿Qué hacemos con la diáspora?, presentado recientemente en España, Francia y Estados Unidos, recoge años de investigación y activismo en favor de los venezolanos que decidieron comenzar de nuevo. Páez, quien dirige el Observatorio Venezolano de la Diáspora, subraya que este fenómeno migratorio no solo representa una fuerza positiva para los países receptores, sino también una reserva estratégica para la reconstrucción futura de Venezuela.

“Las fronteras venezolanas se han ensanchado”, afirma Páez. Lo que está emergiendo es una nueva geografía nacional, construida desde la distancia. Con aportes en los ámbitos cultural, político, económico y educativo, la diáspora ha ejercido una suerte de “diplomacia pública” que seguirá siendo clave en cualquier proceso de transformación del país.

Según Páez, más de 1.300 organizaciones, dentro y fuera de Venezuela, han sido fundamentales para activar este potencial humano. Muchas ONG locales se han coordinado con redes internacionales, debido a las limitaciones y persecución que enfrentan dentro del país. El libro destaca que la causa principal de este éxodo no es solo económica, sino política: la ausencia de libertades, la inseguridad jurídica y personal, y la falta de garantías para ejercer derechos básicos como el voto, la identidad o la defensa.

El impacto de la diáspora venezolana ha sido equiparado incluso al de migraciones forzadas por guerras. En países como Ucrania, el éxodo provocado por la invasión rusa suma unos 10 millones de desplazados. Venezuela, sin una guerra formal, ya supera los nueve millones, impulsados por una crisis humanitaria de grandes proporciones: una contracción del PIB de más del 80 %, colapso de servicios públicos, docentes mal pagados y cifras de violencia que, en años como 2016, superaron las tasas de muchos países en conflicto bélico.

La migración venezolana también ha roto el molde en términos de preparación. En sus páginas, Páez resalta que no se trata solo de profesionales universitarios, sino de personas con experiencia en sectores estratégicos como salud, energía, educación o ingeniería. Un técnico de PDVSA con 20 años de carrera, sostiene el autor, equivale en valor a varios doctorados. Este capital humano ha sido esencial en países que enfrentan déficits de mano de obra calificada, como España, Alemania o Estados Unidos.

Aunque en algunos países crecen los discursos xenófobos y restrictivos, Páez advierte que el primer gran negador de la diáspora es el régimen venezolano, que no reconoce ni mide oficialmente el fenómeno. En contraste, organismos internacionales como la ONU, a través del programa R4V, han documentado y apoyado la migración venezolana, al igual que gobiernos latinoamericanos como Colombia, Brasil, Ecuador y Argentina, cuyas políticas públicas han sido claves para la acogida y la integración.

En su estudio, Páez también señala que los venezolanos migrantes no descartan volver. La mayoría lo haría si existieran garantías mínimas: derecho a la vida, al retorno sin persecución, al pasaporte, a la defensa y a la identidad. Para muchos, esas condiciones siguen sin existir.

El fenómeno migratorio venezolano, lejos de ser una tragedia nacional, podría ser la semilla de un renacimiento. Tal como ocurrió con la inmigración que ayudó a construir el país en el siglo XX, la diáspora podría ser el motor de su reconstrucción en el XXI. La pregunta, entonces, ya no es “¿qué pasó con los que se fueron?”, sino ¿qué hacemos con la diáspora?

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