A medida que Venezuela se hundía más en la crisis económica en 2017 y su gente buscaba una salida, seguía apareciendo un nombre: Lorenzo Mendoza. El apellido es universalmente conocido en Venezuela. Así lo reseña un reportaje del NY Times.
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Empresas Polar, el conglomerado de alimentos iniciado por el abuelo del Sr. Mendoza, se había convertido en la compañía privada más grande del país. Su harina de maíz, utilizada para hacer el plato nacional, estaba en cada despensa, y su cerveza era una parte bienvenida de las reuniones sociales.
A medida que las desastrosas políticas económicas del presidente (ilegítimo) Nicolás Maduro desataron la escasez de alimentos y una crisis de refugiados, el Sr. Mendoza surgió como un crítico abierto de su administración y su persecución del sector privado.
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Pulido y elocuente, el Sr. Mendoza también ofreció un marcado contraste con el brusco presidente. Su popularidad fue tal que los encuestadores lo midieron contra Maduro en simulacros de enfrentamientos presidenciales.
Luego, de repente, el Sr. Mendoza desapareció de la vista pública, y el Sr. Maduro dejó de llamarlo “ladrón”, “parásito” y “traidor”. El gobierno dejó de acosar a Polar con redadas disruptivas y comenzó, a tiempo, a adoptar los cambios económicos que había propuesto el Sr. Mendoza, como terminar con los controles de precios paralizantes.
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La historia detrás de la tregua de Mendoza y Maduro, sellada en una reunión previamente no informada a mediados de 2018, describe el acercamiento entre el autodenominado gobierno revolucionario de Venezuela y la clase empresarial contra la que libró la guerra durante casi dos décadas.
El improbable deshielo ha sido la piedra angular de la reciente transformación de Venezuela de un país donde el gobierno controlaba de cerca la economía, y derivaba su legitimidad de los beneficios que podía ofrecer a su gente, a un lugar gobernado por un autócrata dispuesto a permitir el capitalismo de facto para evitar el colapso y asegurar su continuo control del poder.
