Las coordenadas del narcotráfico en México han cambiado. El viejo “triángulo dorado”, forjado en las montañas de Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Durango, ha cedido paso a un mapa distinto: el de cárceles federales en Estados Unidos, donde hoy purgan condenas los tres capos más célebres del último medio siglo. Joaquín El Chapo Guzmán (68 años), Ismael El Mayo Zambada (77) y Rafael Caro Quintero (72) cambiaron la mística de sus pueblos por el anonimato de reclusorios como el MDC de Brooklyn o la temida ADX Florence, símbolo del fin de una era criminal. Con información de El País.
El camino que llevó a cada uno a su celda fue distinto, pero igual de contundente. El Chapo, extraditado tras humillar al sistema penitenciario mexicano con dos fugas espectaculares, recibió en 2019 una sentencia de cadena perpetua más 30 años adicionales. El Mayo, traicionado y secuestrado en Culiacán, terminó confesando este año haber enviado más de 1.500 toneladas de droga a EE. UU., además de sobornos a políticos, militares y policías. Pidió perdón en una audiencia en Texas, aunque el trasfondo de su confesión —la corrupción enquistada en México— quedó en silencio. Por su parte, Caro Quintero fue entregado a Washington bajo un artificio legal. Su captura tiene un sabor particular para la DEA, que nunca le perdonó el asesinato del agente Enrique “Kiki” Camarena hace 40 años.
La justicia estadounidense ha renunciado a pedir la pena de muerte para Zambada y Caro Quintero, pero no a la cadena perpetua. En ambos casos, la Fiscalía —ahora dirigida por Pam Bondi— avanza con procesos que evocan un rencor histórico. Caro, aislado casi 24 horas al día, espera su próxima audiencia el 18 de septiembre, mientras sus abogados piden clemencia. El Mayo conocerá su sentencia en enero. El Chapo, en cambio, eligió el juicio y terminó en el ala más dura del sistema carcelario norteamericano.
La saga criminal, sin embargo, no termina con ellos. Ovidio Guzmán, alias El Ratón, hijo del Chapo, se declaró culpable en julio y espera sentencia. Su cooperación será clave para suavizar la condena, probablemente a cambio de dinero e información que alimente la cruzada de Washington contra el narcotráfico.
La caída de estos tres capos —presentados alguna vez como los “reyes” del narco— desnuda una realidad incómoda: el sistema penitenciario mexicano no pudo contenerlos y el Estado prefirió entregarlos a EE. UU. Más de 50 grandes jefes del crimen organizado han seguido el mismo camino en la última década. Pero pese a los nombres detrás de las rejas, las drogas no han dejado de fluir. La flexibilidad de las redes criminales demuestra que el negocio no depende de los viejos líderes, sino de un entramado que se reinventa constantemente.
El mito de la “realeza” sinaloense se desvanece entre barrotes, y lo que queda es la certeza de que la verdadera ruta del narco conduce inevitablemente a las prisiones del norte.











