El mundo alucinante del millonario boliburgués parido en la Era Chávez y purgado por Nicolás Maduro

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Diego Salazar Carreño. Foto Archivo
CCD |  Juan Carlos Zapata (ALN).- Dieguito Salazar era una sombra viva y activa en PDVSA. En la PDVSA de la Era Chávez. En la PDVSA de Rafael Ramírez. En la PDVSA de los precios altos del petróleo. En el entorno de los negocios se le conocía como Míster Rolex, o Míster TAG Heuer. Por su gusto casi enfermizo por los relojes de estas marcas. Los solía regalar sin mayores o menores explicaciones a aquellos con quienes se reunía. A quienes lo visitaban en su oficina. O a quienes él visitaba en la oficina de ellos. O con quienes comía en un restaurant. O a quien le provocaba agasajar por algún favor. O por simpatía. O simplemente para dejar constancia de su nuevo estatus de boliburgués, los nuevos ricos formados bajo la revolución bolivariana.

Diego Salazar canta salsa

Dieguito Salazar era un afiche. Y era un cantante. Era una figura en smoking blanco con pajarita negra cantando Amor de mis Amores. Dieguito Salazar ensayaba en el Hotel Marriot de Caracas acompañado de una banda de 50 músicos. ¿Era un sueño? Qué desafuero. Qué capricho de telenovela. Al principio fue un rumor. Al señor de los relojes le gusta cantar salsa. Al hombre de los seguros de PDVSA le gusta cantar boleros. Después fue el CD, Piensa en mí. De lujo el empaque. El CD despejó la incógnita. El lanzamiento incluyó un afiche. Y él era ese afiche gigantesco que duró pocas horas en las entradas de algunas discotiendas. Era el colmo. Llamaba la atención. Había que retirarlo. A finales de 2010, el diario El Universal de Caracas le dedicó esta reseña: “El cantante salsero venezolano Diego Salazarconcluye el año que termina con la satisfacción de que su primer sencillo promocional ‘Amor de mis amores’ logró la posición número 2 del renglón de salsa del Record Report, luego de sonar insistentemente en las emisoras del país durante varias semanas”. La nota agregaba que el cantante era empresario. No hacían falta elementos adicionales para adivinar el dejo de ironía en la reseña. El cantante. El salsero. El sueño cumplido. Tal vez faltó una coletilla: Operador de PDVSA y primo de Rafael Ramírez. Pensándolo mejor, estaba de más. Los entendidos sabían de quién se trataba. Aunque extraña un detalle. Era el único artista que se escondía de las cámaras y no firmaba autógrafos.

Míster Rolex

Pasar de incógnito, sin embargo, era imposible. Porque Dieguito Salazar era una sombra viva y activa en PDVSA. En la PDVSA de la Era Chávez. En la PDVSA de Rafael Ramírez. En la PDVSA de los precios altos del petróleo. En el entorno de los negocios se le conocía como Míster Rolex, o Míster TAG Heuer. Por su gusto casi enfermizo por los relojes de estas marcas. Los solía regalar sin mayores o menores explicaciones a aquellos con quienes se reunía. A quienes lo visitaban en su oficina. O a quienes él visitaba en la oficina de ellos. O con quienes comía en un restaurant. O a quien le provocaba agasajar por algún favor. O por simpatía. O simplemente para dejar constancia de su nuevo estatus de boliburgués, los nuevos ricos formados bajo la revolución bolivariana. Lo que hacía era más extravagante que la anécdota aquella del Tigre Emilio Azcárraga, el empresario mexicano fundador de Televisa, que le regaló su reloj al empleado que en el ascensor le señaló que era bonito. También a Dieguito lo conocían con el sobrenombre de Señor Edificio. No sólo por sus inclinaciones a las inversiones inmobiliarias. Esto sería de lo más normal. Sino por ocupar pisos completos. Y allí estaba el personal que lo asistía. Y allí desarrollaba sus extravagancias boliburguesas. Corredores de inmuebles aseguraban que, en 2008, Dieguito Salazar poseía inversiones millonarias en pisos de oficinas en Caracas, tomando en cuenta que es dueño de buena parte de la exclusiva Torre Edicampo. Además, hay que sumar la inversión hecha en varios edificios residenciales en los que además de vivir alojaba al tren de acompañantes, escoltas y hasta chefs que le servían a tiempo completo. Entonces eran los banquetes. Entonces las reuniones de negocios. Y los músicos. Y el micrófono. Y un tren de mises para engalanar las veladas. Todo se traducía en decenas de millones de dólares en inversión y varios millones de dólares en gastos mensuales. Antes de la crisis de la Era Maduro, cuando los inmuebles tenían precio en Caracas, comenzó con una oficina en el Centro Lido, la que dejó para mudarse a la Torre Edicampo. Un ejecutivo que trabajó de manera directa con él, recuerda que el piso lo tumbó varias veces hasta que por fin quedó conforme con la remodelación, en cuyas paredes sobresalían dos pinturas de Armando Reverón, un Michelena y varios Jesús Soto. Tal vez el Reverón que Nicolás Maduro enseñó este fin de semana. En la cava de vinos no faltaban entre 30 y 40 botellas de Dom Pérignon. Y ahora, en su casa, según Maduro, se halló el juego de ajedrez con piezas en oro.

Socio del Caracas Country Club

Cómo ocultar detalles. Tan evidentes como la decisión de hacerse socio del Caracas Country Club. He allí la evidencia. Decía otro informante que ahí sí, que por tal audacia, Rafael Ramírez se molestó, lo regañó y hasta momentáneamente se distanciaron. Porque este tipo de conducta ya rayaba en la opulencia. No le bastaba acumular sino demostrarlo y ser reconocido al mismo tiempo. Que eso pasa con el dinero. Después de la acumulación, quiere el reconocimiento. La verdad es que Dieguito Salazar le indicó la ruta a Carlos Aguilera, exjefe del Sebin, y al extesorero Nacional Alejandro Andrade, ambos de la Era Chávez: Golfista aquél, hípico el segundo, asiduos del Country Club. Pero Aguilera era de más bajo perfil hasta que los escándalos de los contratos lo dejaron al descubierto. En cambio, Andrade y Dieguito se parecen en cuanto a mostrarse y no escatimar gastos. A Andrade, de sombrerito, antes de buscar refugio en Estados Unidos, se le veía en las caballerizas del Country Club. En familia, con la esposa, con el hijo que entrena y compite. Que el joven es ecuestre. En Venezuela, la equitación es un deporte de cinco o seis clubes. Es un mundo pequeño en el que se conocen todos. El reclamo de Rafael Ramírez, de primo a primo, era que haciéndose socio del Country Club traicionaba la memoria del padre, el legendario guerrillero Diego Salazar Luongo, amigo de Chávez, constituyente en 1999, amigo de Alí Rodríguez, también expresidente de PDVSA, protector de Ramírez. ¿Qué pensaría Diego Salazar Luongo en estos momentos? La respuesta viene de uno de los viejos camaradas: “Nada, Diego no diría nada. Además, Dieguito está haciendo honor a la clase en que nació. Dieguito no es ningún revolucionario. Nació en la clase media acomodada y lo que ha hecho es ascender. Rafael tampoco puede quejarse. Él mismo es de la clase media alta. ¿Y con quién se casó?”. Si Ramírez se molestaba, en el Country había otros que reventaban. De hecho, uno de los socios, una tarde, lanzó a la entrada de la Casa Club un cargamento de papel sanitario y dijo a los porteros que el regalo era para que los miembros se limpiaran el trasero, el sucio trasero después de haber permitido el ingreso de Diego Salazar Carreño. El viejo Diego Salazar Luongo estaba casado con una hermana del padre de Ramírez. Exguerrillero, era conocido como “bravo entre los bravos”. Un libro suyo es un clásico en la literatura guerrillera: Después del túnel. Al abandonar la guerrilla y la clandestinidad entró en el negocio de los seguros. Era socio de Germán Ferrer, el esposo de la fiscal general destituida, Luisa Ortega Díaz, en una firma de corretaje llamada Presente. Hacía negocios con el Estado. Pero no en la magnitud que los haría Dieguito. De hecho, el padre vivió de manera modesta hasta la muerte. En la guerrilla se hizo amigo de otro guerrillero, Alí Rodríguez. Más tarde, Rafael Ramírez conoce a Adán Chávez, hermano mayor de Hugo Chávez. Por allí vino el enlace. En los comienzos de la Era Chávez, Rafael Ramírez pasa a presidir el Ente Nacional del Gas. Después será presidente de PDVSA y ministro de Petróleo. Todo un poder. Y él se ufana de ello, de la confianza que Chávez depositó en él. También hay que destacar la confianza que Ramírez depositó en Dieguito.

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