En Tumeremo el oro atrae la muerte

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El viernes se confirmó lo que todos los habitantes del municipio Sifontes sabían, pero nadie decía en voz alta. Jamilton Andrés Ulloa Sánchez, conocido como el Topo es el responsable de la desaparición de 17 mineros de Tumeremo y de otras 11 personas de distintas regiones del estado Bolívar. En el pueblo afirman que no es la primera vez que esto sucede, pero la diferencia está en que ahora hubo dolientes, quienes por cinco días mantuvieron trancada una carretera nacional. En Tumeremo es un secreto a voces que las mafias que dominan las minas tienen fosas comunes. En el pueblo aseguran que el Topo alimenta cochinos con partes humanas.

Este es el reportaje de Siete Día de El Nacional, escrito por Emily Avendaño

Troncal-Reclamaban-Tumeremo-Sifontes-Veliz_NACIMA20160312_0065_6En la trocha que conduce a la bulla del Miamo el sol quema la piel y la tierra se pega de la ropa. No hay brisa y el color verde no forma parte del paisaje. Es una vía árida e irregular, roja como la arcilla y llena de surcos. Para llegar a la mina hay que atravesar tres hatos agropecuarios: San Ramón, El Peregrino y Atenas. Lo único que respira en la zona son algunas vacas, burros y caballos con el costillar de la desnutrición a la vista.

Al pasar Atenas se llega a la sierra de El Miamo. Allí comenzó la bulla a finales de noviembre y desde entonces todo Tumeremo se benefició del mineral. “En diciembre el que no tenía plata para los estrenos se iba a la mina y resolvía”, asegura un habitante del pueblo.

La trocha la recorrían diariamente más de 300 mineros en motos, pero desde el 4 de marzo la ruta se quedó sola. Ese día no pasaron del fundo El Peregrino porque aseguran que en ese punto fueron emboscados por hombres armados.

“¡Párate!”, les gritaban a los motorizados mientras los apuntaban. Era entonces que empezaba la selección, contó un sobreviviente. “Los que ellos pensaban que eran malandros los ponían a un lado, y a los que no del otro. ‘Este pa’ca y este pa’lla’, decían. Después nos alzaban las camisas para asegurarse de que nadie tuviera armas”.

Un total de 17 personas desaparecieron de Tumeremo ese día, de acuerdo con las cuentas de habitantes del pueblo.

El testigo no podía ver lo que pasaba porque a los que decidían asesinar se los llevaban monte adentro, pero sí escuchaba. “Mataban a la gente por tandas. Les disparaban a unos, paraban y volvían a empezar”, relató el minero de 26 años de edad. También escuchó que dijeron: “Traigan la motosierra que ya los vamos a picar”. Cuando esto sucedía el grupo que no estaba “sentenciado” a morir permanecía sentado, amordazado con tirro y amarrado de manos.

“Nos dejaron libres después de las 8:00 pm. Entonces nos permitieron volver a agarrar nuestras motos y nos ordenaron que nos fuésemos”. Antes un conocido del minero fue obligado a cargar los cadáveres de los asesinados para subirlos al camión en el que trasladaron los cuerpos –algunos desmembrados– hasta un lugar aún desconocido.

A las 7:00 pm el rumor de una masacre ya se había extendido por el pueblo. La noticia corrió en voz baja. Así es como hablan los habitantes de Tumeremo cada vez que mencionan al Topo, apodo con el que se conoce al líder de la banda responsable de las muertes, en un lugar en el que casi todos se llaman por sobrenombres.

Esa noche 56 personas llegaron a una finca propiedad del abogado Alexis Duarte. “Los recibieron mis trabajadores. Eran personas con cara de terror, asombro, miedo. También tenían hambre y sed. Ellos lograron escapar del horror. Mi trabajador me informó que algunos caminaban descalzos, presentaban heridas y cortadas. Se habían extraviados en la sabana del Nuria y buscaban salida desesperados”.

Aunque los habitantes de Tumeremo sabían desde el sábado 5 de marzo dónde ocurrieron los hechos, no fue sino hasta el martes que aparecieron los primeros indicios. En la trocha había carteras, gorras, botas, camisas, la cédula de identidad de Jairo Rendiles –mencionado como desaparecido– y un palo manchado de sangre. Los rastros los encontraron los tumeremenses.  El miércoles una comisión del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas encontró más ropa, un bate y una moto escondida entre los matorrales, que se presume que pertenecía a José Gregorio Nieves, de 25 años de edad.

Uno de los hombres que acompañó la búsqueda afirmó que también encontraron casquillos de bala y las huellas que dejó un camión en el que se cree que fueron trasladados los cuerpos. “Las muertes ocurrieron en tres lugares. En el Miamo, en Atenas y en Peregrino”, aseveró el baquiano que ayudó a guiar a los investigadores que llegaron de Caracas.

Bienvenida la muerte

Tumeremo es un pueblo con tres calles paralelas y atravesado por una troncal de dos canales que comunica Venezuela con Brasil. Esta vía estuvo cinco días cerrada en protesta por las desapariciones. Muchos de los habitantes del pueblo llevan los bolsillos abombados con pacas de billetes. Por cada gramo de oro que encuentran en la mina ganan 30.000 bolívares, aunque dicen que el Topo quería pagarlo a menos de 20.000 bolívares. No hay casas ostentosas pese a la riqueza de la tierra en el sur del estado Bolívar.

“Al Topo le querían hacer un cambio de guardia”, dice Luis Josué Nieves para explicar lo que pasó. Habrían sido los hombres de otra banda, dirigida por el Potro, quienes querían hacerse del control de Tumeremo, y el Topo respondió con la masacre.

El jueves el ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Gustavo González López, reiteró que se trató de un enfrentamiento entre bandas, aunque al día siguiente dijo que el Topo había “actuado con fines políticos”.

A principios de febrero las organizaciones criminales impusieron un toque de queda en el pueblo, que obligó a los comercios a bajar la santamaría, en respuesta a una incursión de la Operación de Liberación del Pueblo en la que hubo nueve detenidos.

Nieves, hermano de José Gregorio, ha recorrido las minas de Bolívar, pero a la bulla del Miamo no llegó. “Tengo 6 meses que no voy a las minas porque en agosto de 2015 a mí también me dieron por muerto. Tuve que escapar de una masacre en la mina Corre-Gente, que queda vía Bochinche. Me escondí durante 15 días. Allí hubo 19 muertos”.

Asegura que en esa oportunidad los muertos pertenecían a sindicatos mineros: “Se mataron entre ellos mismos. No fue como ahora, que también asesinaron a gente inocente”.

A diferencia de otros habitantes de Tumeremo, que se apartan para declarar y se muestran desconfiados cuando se les pregunta el nombre, Nieves no teme identificarse. “Yo creo en lo que decía mi papá: ‘Bienvenida la muerte donde quiera que me sorprenda”. Esa frase resume la vida de quienes viven de los yacimientos.

Desde 2006 se vive una masacre continuada en las minas ilegales del sur de Bolívar. El diputado Américo De Grazia, que denunció la desaparición de 28 mineros y llevó el caso a la plenaria de la Asamblea Nacional esta semana, asegura que en 10 años han ocurrido por lo menos 21 asesinatos masivos como el que habría ocurrido en Tumeremo hace una semana. Masacre es una palabra que con frecuencia abre portada en los diarios regionales. Con el auge de la minería ilegal, Bolívar se desangra. Los municipios El Callao y Sifontes fueron incluidos entre los 10 con las tasa de homicidio más altas del país (169 y 161 por cada 100.000 habitantes, respectivamente) en un informe del Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia de 2014.

José Gutiérrez se acercó a la protesta en la Troncal 10 antes de que funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana la dispersaran y militarizaran el pueblo. Acudió para manifestar su solidaridad porque hace un año pasó por una situación similar: “A mi hijo lo mataron en un yacimiento en Cicapra el 26 de febrero de 2015 y también lo supimos por los sobrevivientes porque al principio el gobernador Francisco Rangel Gómez  también lo negaba. Esa vez no pudimos hacer nada. Vine a apoyar desde el primer día porque si la gente no emprende estas acciones las autoridades no investigan nada”. Gutiérrez asegura que en Cicapra hay una zona llamada El Volcán, donde lanzan los cuerpos desmembrados y luego los queman. Habitantes de Tumeremo bajan aún más la voz para afirmar que en Hoja de Lata, la mina que se encuentra bajo el dominio del Topo y a la que se presume que llevaron los cuerpos, hay 80 cochinos y una baba que alimentan con partes humanas.

“La fiebre del oro es muy tremenda y se le sube a la gente a la cabeza”, dice otro tumeremense que se niega a dar el nombre. “Yo estuve en Hoja de Lata antes de que estuviera controlada por el Topo. Hace cinco años esa bulla fue tan tremenda que toda la gente se volcó para allá. Estos pueblos quedaron solos, de allí salieron cientos de toneladas de oro”.

El hombre, como muchos en la capital del municipio Sifontes, tiene dientes de oro: “Tengo 15 gramas de oro en la boca, ¿a 30.000 bolívares, cuánto es eso? Voy a tener que sacármelo porque es muy peligroso, a cualquiera lo matan por menos. Quien va a la mina puede regresar hasta con 90.000 bolívares diarios. El oro los vuelve locos”.

Para conocer quiénes son todos los desaparecidos en Tumeremo, haga click aquí 

Madres mineras

En Tumeremo temen testificar y no confían en los funcionarios del Cicpc que estaban apostados en el pueblo. “Cuando se corrió el rumor nosotros fuimos a la policía y nos dijeron que no podían salir porque estaban acuartelados. También dijeron que había que esperar las 48 horas reglamentarias”, aseguró Migdalia Ángel, madre de Roger Romero, de 23 años de edad, desaparecido.

El 8 de marzo Douglas Rico, director general del Cicpc, llegó hasta donde estaban los manifestantes –a diferencia del defensor del pueblo, Tarek William Saab, que nunca se acercó al sitio en el que estaba cerrada la Troncal 10– y les garantizó que si abrían la vía haría todo lo necesario para sacar a esos funcionarios de Tumeremo, señalados por los familiares como responsables de la impunidad y de colaborar con las mafias.

Es un pueblo de 50.000 habitantes donde 65% son asalariados y el resto vive de los yacimientos. En las comunidades aledañas Las Claritas y El Dorado tan solo 10% de la población tiene un empleo formal, de acuerdo con la Cámara de Comercio e Industria del municipio Sifontes.

“Eventualmente los trabajadores formales también se ven obligados a acudir a las bullas para redondearse el sustento, porque con un sueldo mínimo acá no alcanza para vivir”, asegura Erick Leiva, presidente de la Cámara.

Lisbeth Guevara, que tiene a dos hermanos y dos primos desaparecidos, afirma: “Somos un pueblo minero porque aquí no hay fuentes de empleo y todo es muy caro”.

El oficio del oro se aprende en familia. Una mujer que cuenta a sus tres hijos entre los desaparecidos asegura que ha sido minera toda la vida y ellos también. El día que ocurrieron los hechos ella estaba en el Fundo Atenas cocinando y no pudo salir de allí sino hasta en la madrugada. En los días previos fue a Miamo con sus hijos: “Es riesgoso porque ahí estamos aislados en la montaña, pegados del cerro El Nuria, pero allí nunca ocurrió un accidente, se practicaba la minería seca, no había ni campamento porque la gente entraba y salía todos los días con su agua y su comida, las palas y los picos. Es una mina superficial y el oro está allí a flor de tierra”.

En el suelo de Miamo destacan como pequeños hormigueros los tumultos que deja la extracción de oro. Utilizan detectores de metales para identificar el punto en el que hay que abrir un hoyo que puede alcanzar varios metros de profundidad y de allí, como topos, extraen el material.

Si el hoyo es muy profundo utilizan pequeños ventiladores para garantizarse oxígeno mientras encuentran la línea de cuarzo en la que se incrusta el oro. Una vez que obtienen el recurso pasan las piedras por un molino que separa el metal precioso de la simple tierra.

Antes de que la bulla se apagara por la masacre, los mineros que acudían a Miamo eran recibidos por hombres armados que custodiaban las motos en las que toma hora y media salvar la distancia entre el pueblo y la mina.

La mujer, que espera en su casa que aparezcan sus tres hijos, considera que Miamo era una bulla “bella y buena” porque entró gente de todo el municipio y de otros sectores de Bolívar. Afirma que en un solo día se podían sacar entre 10 y 15 gramas de oro. “El minero es como el bachaco. Hasta que no escarba la última hoja no deja de buscar”. Si se confirma la muerte de estos tres hombres, ella habría perdido a sus cinco hijos varones en hechos de violencia.

Migdalia Ángel metió a su hijo en el oficio: “Roger comenzó a los 16 años. Dejó los estudios en séptimo grado. A él estas minas que quedan cerca no le gustaban, prefería ir a la frontera con Guyana, donde para llegar hay que caminar cuatro o cinco días, porque le parecían más tranquilas. Yo dejé de ir a las minas porque como no me quedo callada sé que por eso me iban a matar”.

Responsable

Una semana después de la masacre no hay una versión oficial de lo ocurrido. El ministro González López aseguró que el Topo es Jamilton Andrés Ulloa Sánchez, de 43 años de edad, nacido en Santo Domingo de los Colorados, Ecuador.

Ulloa está reseñado en el expediente XP01-P-2012-003242, que reposa en el Circuito Judicial Penal del estado Amazonas. Según el documento, fue detenido el 14 de julio de 2012 por funcionarios de la GNB por el delito de homicidio calificado en grado de frustración, legitimación de capitales y ocultamiento de arma de fuego. Solo lo imputaron por el último de esos delitos y salió en libertad con la condición de que donara 4 kits escolares a 2 preescolares de Puerto Ayacucho, recuperara un parque y se presentara en tribunales cada 30 días por 3 meses. Quedó en libertad en 2014.

En Sifontes las autoridades aún no llegan a las minas de Nuevo Callao, en Santa Elena de Uairén, ni a Hoja de Lata, cerca del Esequibo, adonde sobrevivientes y testigos dicen que habrían trasladado los cuerpos. “El domingo dijeron que se quedaron sin combustible y por eso no llegaron a Nuevo Callao”, señaló Leidebeth Aguinagalde, cuyo padre acompañó a los funcionarios en la búsqueda.

Los familiares no entienden por qué no aparecen los cuerpos. “El año pasado, en Semana Santa, se perdieron unos militares y movieron cielo y tierra para encontrarlos. También se perdió la hija de un militar que estaba enterrada y apareció a los pocos días”, reclamaron al director del Cicpc.

La Fiscalía ha confirmado la desaparición de 16 mineros, aunque en el pueblo señalan que son 17. En un principio se habló de 28 porque 11 pertenecerían a otras poblaciones. Las bullas atraen no solo de Bolívar, sino de todo el país. En diciembre una familia de Barlovento tuvo que hacer un velorio sin cuerpo presente porque uno de sus miembros desapareció buscando oro. Muchos de los que van a las minas no vuelve

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